Antecedentes:
Históricamente el espionaje ha sido una parte central de la competencia entre Estados. Los espías siven entender las intenciones del adversario, ejecutar operaciones encubiertas y adquirir tecnología militar o industrial clave para ganar guerras. La Unión Soviética, por ejemplo, tardó menos de una década en obtener la tecnología para desarrollar la bomba atómica gracias a un científico infiltrado en el corazón del programa nuclear estadounidense. Israel tuvo durante los años sesenta al célebre Eli Cohen, agente del Mossad infiltrado en el círculo de poder sirio, cuya información resultó decisiva para la victoria en la guerra de 1967. Más recientemente, espías rusos fueron descubiertos en Estonia luego de haber vivido durante años en Argentina y Brasil bajo identidades falsas antes de ser desplegados en el continente europeo.
A diferencia de lo que muestran las películas o estos casos emblemáticos, la tarea principal del espionaje no es la acción, sino reclutar y manejar colaboradores dentro del territorio del adversario. Es un trabajo paciente que puede llevar años, pero cuyos frutos pueden ser inconmensurables. Las motivaciones de esos colaboradores generalmente combinan dinero, ideología, coerción y ego; siendo la coerción, paradójicamente, la menos frecuente. Los espías que los controlan asumen enormes riesgos: en algún momento, casi todos terminan expuestos en territorio enemigo, sin protección diplomática.
Mitos Comunes:
- La tecnología está haciendo obsoletos a los espías. Hoy es casi imposible cambiar de identidad en un mundo donde los sistemas de reconocimiento facial identifican a una persona sin importar el disfraz. Además, el ciber espionaje y la vigilancia satelital se han vuelto más eficientes para recolectar y procesar información. Sin embargo, los espías siguen siendo indispensables. Ningún algoritmo puede reemplazar la capacidad humana de interpretar intenciones, construir confianza o infiltrar organizaciones. También son esenciales para ejecutar operaciones de sabotaje en territorio hostil cuando la tecnología no alcanza. Israel, por ejemplo, no habría podido montar la reciente operación con pagers explosivos contra Hezbolá sin una red humana de informantes desplegada en el Líbano, Europa y el sudeste asiático durante años.
Mis Predicciones:
- La tecnología está creando una nueva generación de espías e informantes.
Hoy, plataformas como Instagram, X o LinkedIn facilitan el reclutamiento de informantes en territorio enemigo sin exponer la identidad del agente que los contacta. China, por ejemplo, suele identificar posibles colaboradores dentro de las fuerzas armadas estadounidenses analizando miles de perfiles en redes sociales. Busca individuos con vulnerabilidades personales —problemas financieros, divorcios o frustración profesional— y afinidades ideológicas o étnicas que permitan construir un lazo emocional. El reclutador opera detrás de organizaciones pantalla, como ONG o think tanks, sin revelar su vínculo con una agencia de inteligencia. En muchos casos, el informante nunca llega a conocer el verdadero nombre ni el rostro de su contacto. Tampoco es necesario que el agente esté físicamente en territorio enemigo: la relación se construye y mantiene a distancia. Además, a diferencia del pasado, los espías y sus fuentes se comunican a través de tecnología comercial, como Telegram o WeChat, que no se encuentran bajo la jurisdicción americana. - Las diásporas seguirán jugando un rol central en el espionaje moderno.
China busca reclutar a estudiantes o inmigrantes chinos naturalizados en Estados Unidos, ofreciéndoles dinero o promesas de puestos académicos en el futuro. En muchos casos, los propios familiares fomentan la colaboración con la “madre patria”. Israel también ha aprovechado las redes de su diáspora: ciudadanos con doble nacionalidad que, por vínculos familiares o culturales, facilitan operaciones de inteligencia en distintos países. Rusia, en cambio, ha desarrollado una diáspora artificial: inserta jóvenes en terceros países para que construyan una nueva identidad y trayectoria laboral creíbles, y años después los reubica en Europa o Estados Unidos para llevar a cabo misiones de espionaje. Las películas, una vez más, se inspiran en la realidad. - Las empresas y sus empleados serán cada vez más parte del ecosistema de inteligencia. En China, las compañías están obligadas a compartir información con los servicios de inteligencia cuando se les solicita. En Estados Unidos, aunque históricamente fue un tabú fuera del complejo industrial-militar, esta frontera se está desdibujando: las grandes empresas tecnológicas contratan a exagentes de inteligencia y colaboran crecientemente con el gobierno. Estas corporaciones no solo tienen acceso a millones de perfiles capaces de identificar espías propios y ajenos, sino que también pueden brindar soporte operativo en misiones de recolección de información o contrainteligencia.
- Los espías modernos manipularán cada vez más a los “idiotas útiles”.
Los mejores espías del siglo XXI no son agentes armados, sino expertos en empatía y manipulación. En un mundo hiperconectado, estos operadores identifican a individuos con influencia digital —sin importar su orientación política— y los orientan para amplificar la polarización, generar inestabilidad o promover los intereses geopolíticos de su país. Estos “idiotas útiles”, fascinados por el crecimiento de su audiencia, rara vez comprenderán que están sirviendo, sin saberlo, a una potencia extranjera.