Antecedentes:
El reciente ataque israelí en Doha contra líderes de Hamas radicados en Qatar marcó un giro drástico: golpeó la tradicional estrategia qatarí de albergar actores islamistas extremos mientras intentaba mantener vínculos con Occidente. Qatar es una potencia mundial en energía: es el mayor exportador global de gas natural licuado. Desde la independencia del país en 1971, la familia Al Thani, que lo gobierna hasta hoy, tomó la decisión estratégica de invertir la enorme riqueza energética para convertirse en un actor relevante en el entramado de poder global. En pocas décadas, Doha se transformó en un centro internacional gracias a una serie de movimientos calculados. Crearon Al Jazeera, la primera cadena de noticias árabe con alcance global, y convirtieron a su aerolínea nacional en una de las más importantes del mundo. También invirtieron miles de millones en universidades estadounidenses, compraron activos deportivos de alto perfil como el París Saint-Germain y hospedan la mayor base militar norteamericana en Oriente Medio. Esta proyección de poder responde a una lógica clara: evitar ser absorbidos o conquistados por su enemigo histórico y único vecino terrestre, Arabia Saudita, a través de la diplomacia, la influencia económica y la cooptación de intereses. Sin embargo, esa influencia tiene otra cara, mucho menos alineada con Occidente. Durante décadas, Qatar ha dado refugio y financiamiento a la Hermandad Musulmana, un movimiento islamista radical que incubó a Hamas y la Yihad Islámica. Al Jazeera, por su parte, mantiene una línea editorial abiertamente hostil hacia Israel y, cada vez más, hacia Estados Unidos.
Mitos Comunes:
- Qatar puede ser la “Suiza” de Medio Oriente. Suiza, ubicada en el corazón de Europa, ha mantenido una histórica neutralidad: ni la Alemania nazi ni la Unión Soviética pudieron conquistarla. Lidera industrias globales como la farmacéutica y la bancaria, y goza de respeto internacional. Qatar, en cambio, no cuenta con la misma geografía ni con similares recursos humanos. A diferencia de Suiza, protegida por montañas que dificultan cualquier invasión, Qatar es una península desértica unida por tierra a Arabia Saudita, sin barreras naturales que frenen un ataque terrestre o marítimo. En el plano diplomático, Suiza cultiva la neutralidad, mientras que Qatar impulsa una agenda internacional provocadora y de alto riesgo, que combina influencia mediática y apoyo financiero a una diversidad de actores: desde políticos americanos al nuevo gobierno sirio.
Mis Predicciones:
- La base americana en Qatar perderá relevancia. Era clave en las guerras de Irak y Afganistán, pero hoy está demasiado cerca de Irán y sus misiles. Además, Estados Unidos continúa reposicionando fuerzas hacia Asia y puede operar con bombarderos estratégicos desde su propio territorio gracias al reabastecimiento en vuelo, como lo demostró cuando bombardeo a Irán. Cuanto más caiga la importancia estratégica de esta base, menor será el interés de Washington en proteger diplomáticamente a Qatar.
- Qatar tendrá cada vez menos margen de maniobra. Hasta ahora logró sostener intereses opuestos: hospedó a Hamas mientras actuaba como mediador con Israel, invirtió en empresas norteamericanas mientras Al Jazeera criticaba a Washington, y financió universidades estadounidenses al mismo tiempo que promovía agendas revisionistas. Ese rol de mediador hospedando a Hamas quedó desarticulado tras el ataque israelí en Doha. En la política norteamericana, la influencia financiera es parte del juego del poder, pero cuando proviene del extranjero y entra en conflicto con la seguridad nacional, siempre prevalece la lógica del poder por encima del dinero.
- La eventual normalización entre Israel y Arabia Saudita debilitará aún más a Qatar. Un acuerdo auspiciado por Washington catapultaría a Riad como socio preferente de Occidente, junto a Israel. En ese escenario, Doha tendría pocas opciones más que reforzar su alianza con Turquía, con quien ya comparte el apoyo a la Hermandad Musulmana y al nuevo gobierno sirio. En un mundo de rivalidad creciente entre grandes potencias, el espacio para las pequeñas, y sus ambiciones, se achica cada vez más.